El 1º de Agosto de este año comenzó a circular en el Internet y el medio académico de la UNAM un pronunciamiento público emitido por estudiantes y profesoras de la UNAM y de la UAM, y por las colectivas feministas Alí somos todas, No están solas y Grupo Interdisciplinario Feminista. Dirigido a los altos mandos de la UNAM, desde el Rector José Narro Robles hasta la Coordinadora del Colegio de Letras Hispánicas, Marcela Palma Basualdo, y a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y la Comisión Nacional, la carta se pronuncia en contra de toda manifestación de violencia dentro del espacio universitario y se solidariza con quienes tuvieron el valor de denunciar el hostigamiento académico y la violencia del catedrático Arturo Noyola Robles, profesor que imparte la asignatura de Literatura Mexicana del siglo XIX en la licenciatura en Lenguas y Literaturas Hispanas de la UNAM.
Una alumna de esta carrera, Marcela Lagos Ángeles, denunció ante las autoridades de la UNAM el pasado 24 de junio, con lujo de detalle y respaldo en evidencias audiovisuales, la violencia que ejerció contra ella y durante un lapso de alrededor de tres años el Lic. Arturo Noyola, con quien mantuvo una relación de noviazgo. Arturo Noyola se ha empeñado en hostigarla académicamente, respaldándose –según él- en su amistad con la Dra. Marcela Palma y el Dr. José Rubén Romero, para que no pueda lograr titularse ni encontrar quién le asesore su tesis. Su argumento es que Lagos le ha robado el tema de su tesis, argumento que no tiene fundamento académico y que, por el contrario, muestra su poco conocimiento de lo que implica la labor docente, que debe facilitar temas de investigación al alumnado, esto es, compartir y difundir el conocimiento. Noyola logró impedir que Lagos fuera asesorada por el Dr. Pablo Mora mediante intimidaciones dirigidas a ambos. El día en que ella fue a entrevistarse con el Dr. Mora, Noyola le escribió: “Sígase usted poniendo blusas como ésa que se puso para venir a ver a Pablo Mora, para que se le vieran esas tetotas en una tela pegadita. Es usted tan primaria, tan elemental, tan obvia.” Así, es evidente que el motivo de Noyola para entorpecer el proceso de titulación de su ex alumna y ex pareja, al usar su poder como docente y sus privilegiadas relaciones dentro de la Facultad de Filosofía y Letras, es de índole personal.
Desde inicios de su relación y hasta después de que concluyó, Noyola la ha violentado física y psicológicamente. Lagos relata: “El 19 de enero de 2008 por la mañana, me jaló el cabello, me pateó, me cacheteó y me escupió porque la noche anterior, durante una cena que organizó con unos amigos suyos, bailé durante un tiempo prolongado con uno de ellos.” Ese día Lagos logró escapar. Pero al día siguiente, cuando ella regresó a la casa de su agresor con la esperanza de hablar y arreglar el problema, al cerrar la puerta tras de ella, le dijo: “Todo está cerrado por si intentas escapar. No podrás. Te daré lo que te mereces por puta.” Ese día la golpeó brutalmente, la violentó sexualmente y amenazó con matarla. Al día siguiente Lagos levantó una averiguación previa en una Agencia del Ministerio Público de Coyoacán. Sin embargo, esta denuncia jamás concluyó en el castigo al agresor y tiempo después, a petición de Noyola, Lagos retiró la demanda. Siguieron con una relación más tormentosa y violenta que amorosa, durante el cual se separaron y reconciliaron en numerosas ocasiones. Al respecto Lagos dice: “Mi vida al lado del profesor Arturo Noyola fue verdaderamente un infierno y lo siguió siendo hasta hace pocas semanas debido a su permanente abuso psicológico. Comprendo que es difícil para la gente que no está dentro del círculo de violencia entender cómo es que una mujer permanece en una relación en la que sufre insultos, amenazas, menosprecio, humillaciones, vejaciones, golpes y absoluta negación de su ser. Yo misma no lo entendía antes de lo que sufrí. […] Hasta hace algunos días todavía quedaba en mí restos de culpabilidad sobre la conducta violenta que el profesor Arturo Noyola tuvo conmigo, sin embargo, saber que no he sido la única alumna que ha salido con él y que ha sufrido de su maltrato, me ha ayudado un poco en el proceso para liberarme del peso que cargaba sobre mí al sentirme responsable de su proceder cruel e implacable.”
Se conoce que Noyola ha sostenido relaciones sexuales y sentimentales con sus alumnas desde hace más de 20 años. Y, por sus propias palabras, piensa seguir seduciendo, o mejor dicho, acosando a sus alumnas. En un correo que le escribió a Lagos en diciembre del 2010, Noyola dice: “E iré con mis alumnas al centro. Y algunas después vendrán a mi casa a tomar una copa. Y verán el piano. Y verán mi guitarra. Y preguntarán. Y sabrán mi relación imposible con ambos instrumentos. Y verán mis discos. Y escucharán mi música. Y sentirán algo especial. Sentirán que conocieron a alguien especial. Una pequeña ramita verde empezará a florecer en el corazón de alguna… sólo necesito ser yo… así como usted sólo necesita ser usted… Pobre criada hija de criados, pobretona, sin clase, nacota, nalgapronta, chegueveresca… La Calzones Lagos Ángeles vive…”
Leyendo el testimonio de Marcela Lagos, escuchando los audios de las conversaciones telefónicas que mantuvo con el profesor Noyola y leyendo los correos electrónicos que éste le envía a su ex alumna y ex pareja, es innegable que Arturo Noyola no sólo es un hombre violento, sino que además es justo y necesario exigir el castigo que se merece por los crímenes que ha cometido.
Algunos comentarios que se han suscitado al respecto de la denuncia de la pasante de la UNAM en los medios electrónicos (Véase: http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=750725 y http://www.vanguardia.com.mx/alumnadelaunamacusaaprofesordegolpearla;tenianunarelacion-1039489.html) transparentan el sentido común de las personas que no entienden cómo las relaciones de poder en las que estamos insertas las mujeres en esta sociedad son, por lo general, relaciones no sólo sexuadas sino también violentas. En pocas palabras, transparentan el sentido común de quienes no saben qué es la violencia hacia las mujeres por ser mujeres, el sentido común del machismo mexicano. Un comentario dice: “Esta historia está dirigida, parece escrita por un guionista de telenovela barata; el profesor puede ser culpable, pero merece un juicio, no un prejuicio, es injusto que sólo “mariana” [Marcela] hable, ¿cómo sabemos que la pasante no es una mentirosa?, porque, la verdad, a mí me suena bastante falsa. Y por cierto, el trabajo periodístico es patético, al sólo presentar un lado de la historia.” U otro como este: “Ellos mantuvieron una relación… es decir, ambos estuvieron de acuerdo en ello (las condiciones hubieran sido las mismas si fuera otro estudiante o trabajador o lo que fuere… las relaciones personales son decisiones personales, tanto como decidir quedarte o no en una relación autodestructiva y/ de codependencia), por circunstancias esta relación se vio implicada con la parte académica…. lo cierto es que falta la versión de él.”
Estas perspectivas que ponen en duda el testimonio de la víctima están, implícita o explícitamente, justificando los actos violentos de quienes agreden a las mujeres. En nuestra sociedad el común denominador es culpar a las víctimas por la violencia que se ejerce contra ellas; se piensa comúnmente que algo tuvieron que haber hecho para incitar a los hombres –a quienes se les considera incapaces de controlar sus impulsos violentos- a que las agredan y así, se descalifican sus testimonios. Poner en duda la palabra de la víctima, en principio y sin el conocimiento pleno de lo que le ha ocurrido, equivale no sólo a dejarla desamparada sino, sobre todo, a volver a violentarla. Pensar que “algo tuvo que haber hecho ella para ser agredida” o que “se quedó en una relación violenta porque ella así lo quiso” es culpar a la víctima de la violencia que recibió y, así, implica violentarla nuevamente. Quien sostiene en principio la duda y/o culpa a la víctima, ejerce la misma violencia que su agresor: “Arturo Noyola jamás dejó de culparme de lo ocurrido, como lo escribe en un correo del 31 de enero de 2008: ‘Pues sigue con tus miedos. Pero todo, todo, lo ocasionaste tú. Todo. Todo. Incluido aquello a que le tienes miedo, todo lo creaste tú. ¿No recuerdas el Arturo que era tuyo? ¿El anterior a tus puterías interminables con Fidel? ¿El anterior a tus humillaciones al hombre quien te hizo más mujer que ningún otro?’” Este es el discurso patriarcal que justifica la violencia hacia las mujeres. Este es el discurso que, sin ser totalmente consientes de ello, permea el sentido común de muchísima gente en nuestra sociedad.
La segunda cuestión que quiero mencionar refiriéndome al sentido común que permean los comentarios citados arriba, es la cuestión de creer que lo personal nada tiene que ver con la justicia, con las instituciones, con lo tradicionalmente pensado como lo público, con lo político. En tanto que estamos inmersas en relaciones de poder, por más tenues o aparentemente imperceptibles que sean, implica que nuestras decisiones personales no han de ser meramente personales, sino también políticas. Desde los años 60 y 70, las feministas se han empeñado en señalar que las relaciones entre los géneros no son neutrales, sino que están inscritas en una ideología de dominación masculina que establece cuáles han de ser nuestros particulares roles sexuales, culturales y sociales. Una relación entre un hombre y una mujer sostenida dentro de los parámetros de la ideología patriarcal es siempre una relación jerárquica, una relación donde el hombre posee un dominio y poder por encima de la mujer, aunque sea en un grado poco perceptible. Aunada a esta relación de poder que existe de por sí entre hombres y mujeres inscritos en una ideología de dominación masculina, existen otras relaciones de poder delimitadas en las instituciones en las que nos desenvolvemos cotidianamente y que se superponen a esta última: la relación maestro-alumna, la relación jefe-empleada, la relación proveedor-ama de casa, etc.
La situación que vivió Marcela Lagos fue dada en circunstancias de evidentes relaciones de poder, donde el dominio que ejerció contra ella el Lic. Noyola se sostenía en múltiples niveles. Así que, al estar inscritos en una ideología que sustenta y favorece ciertas relaciones de poder, esto es, las machistas, y aunado el poder que la institución, la UNAM, depositaba en él como catedrático, de ningún modo podemos afirmar que las decisiones de ambos tuvieran el mismo peso o que fueran meramente personales, o sea producto de sus particulares psicologías. Sus decisiones fueron y son, simultáneamente, políticas.
La denuncia que hizo Marcela Lagos fue un acto de resistencia y rebeldía a este poder sexuado, este poder de signo masculino, este poder que ha colonizado el interior de las personas y las ha disciplinado a ejercer ciertos roles que discriminan y violentan a las mujeres. Con su denuncia, Lagos se ha rebelado de su condición de víctima y se ha erigido como una heroína, una mujer pionera en la búsqueda del reconocimiento y defensa de los derechos humanos de las mujeres dentro de las universidades. Se ha convertido en un ejemplo a seguir. Y, en su rebeldía, Lagos no está sola. Se encuentra acompañada por colectivos feministas y por personas –mujeres y hombres- que como ella se han dado cuenta de que lo personal es político.
Una alumna de esta carrera, Marcela Lagos Ángeles, denunció ante las autoridades de la UNAM el pasado 24 de junio, con lujo de detalle y respaldo en evidencias audiovisuales, la violencia que ejerció contra ella y durante un lapso de alrededor de tres años el Lic. Arturo Noyola, con quien mantuvo una relación de noviazgo. Arturo Noyola se ha empeñado en hostigarla académicamente, respaldándose –según él- en su amistad con la Dra. Marcela Palma y el Dr. José Rubén Romero, para que no pueda lograr titularse ni encontrar quién le asesore su tesis. Su argumento es que Lagos le ha robado el tema de su tesis, argumento que no tiene fundamento académico y que, por el contrario, muestra su poco conocimiento de lo que implica la labor docente, que debe facilitar temas de investigación al alumnado, esto es, compartir y difundir el conocimiento. Noyola logró impedir que Lagos fuera asesorada por el Dr. Pablo Mora mediante intimidaciones dirigidas a ambos. El día en que ella fue a entrevistarse con el Dr. Mora, Noyola le escribió: “Sígase usted poniendo blusas como ésa que se puso para venir a ver a Pablo Mora, para que se le vieran esas tetotas en una tela pegadita. Es usted tan primaria, tan elemental, tan obvia.” Así, es evidente que el motivo de Noyola para entorpecer el proceso de titulación de su ex alumna y ex pareja, al usar su poder como docente y sus privilegiadas relaciones dentro de la Facultad de Filosofía y Letras, es de índole personal.
Desde inicios de su relación y hasta después de que concluyó, Noyola la ha violentado física y psicológicamente. Lagos relata: “El 19 de enero de 2008 por la mañana, me jaló el cabello, me pateó, me cacheteó y me escupió porque la noche anterior, durante una cena que organizó con unos amigos suyos, bailé durante un tiempo prolongado con uno de ellos.” Ese día Lagos logró escapar. Pero al día siguiente, cuando ella regresó a la casa de su agresor con la esperanza de hablar y arreglar el problema, al cerrar la puerta tras de ella, le dijo: “Todo está cerrado por si intentas escapar. No podrás. Te daré lo que te mereces por puta.” Ese día la golpeó brutalmente, la violentó sexualmente y amenazó con matarla. Al día siguiente Lagos levantó una averiguación previa en una Agencia del Ministerio Público de Coyoacán. Sin embargo, esta denuncia jamás concluyó en el castigo al agresor y tiempo después, a petición de Noyola, Lagos retiró la demanda. Siguieron con una relación más tormentosa y violenta que amorosa, durante el cual se separaron y reconciliaron en numerosas ocasiones. Al respecto Lagos dice: “Mi vida al lado del profesor Arturo Noyola fue verdaderamente un infierno y lo siguió siendo hasta hace pocas semanas debido a su permanente abuso psicológico. Comprendo que es difícil para la gente que no está dentro del círculo de violencia entender cómo es que una mujer permanece en una relación en la que sufre insultos, amenazas, menosprecio, humillaciones, vejaciones, golpes y absoluta negación de su ser. Yo misma no lo entendía antes de lo que sufrí. […] Hasta hace algunos días todavía quedaba en mí restos de culpabilidad sobre la conducta violenta que el profesor Arturo Noyola tuvo conmigo, sin embargo, saber que no he sido la única alumna que ha salido con él y que ha sufrido de su maltrato, me ha ayudado un poco en el proceso para liberarme del peso que cargaba sobre mí al sentirme responsable de su proceder cruel e implacable.”
Se conoce que Noyola ha sostenido relaciones sexuales y sentimentales con sus alumnas desde hace más de 20 años. Y, por sus propias palabras, piensa seguir seduciendo, o mejor dicho, acosando a sus alumnas. En un correo que le escribió a Lagos en diciembre del 2010, Noyola dice: “E iré con mis alumnas al centro. Y algunas después vendrán a mi casa a tomar una copa. Y verán el piano. Y verán mi guitarra. Y preguntarán. Y sabrán mi relación imposible con ambos instrumentos. Y verán mis discos. Y escucharán mi música. Y sentirán algo especial. Sentirán que conocieron a alguien especial. Una pequeña ramita verde empezará a florecer en el corazón de alguna… sólo necesito ser yo… así como usted sólo necesita ser usted… Pobre criada hija de criados, pobretona, sin clase, nacota, nalgapronta, chegueveresca… La Calzones Lagos Ángeles vive…”
Leyendo el testimonio de Marcela Lagos, escuchando los audios de las conversaciones telefónicas que mantuvo con el profesor Noyola y leyendo los correos electrónicos que éste le envía a su ex alumna y ex pareja, es innegable que Arturo Noyola no sólo es un hombre violento, sino que además es justo y necesario exigir el castigo que se merece por los crímenes que ha cometido.
Algunos comentarios que se han suscitado al respecto de la denuncia de la pasante de la UNAM en los medios electrónicos (Véase: http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=750725 y http://www.vanguardia.com.mx/alumnadelaunamacusaaprofesordegolpearla;tenianunarelacion-1039489.html) transparentan el sentido común de las personas que no entienden cómo las relaciones de poder en las que estamos insertas las mujeres en esta sociedad son, por lo general, relaciones no sólo sexuadas sino también violentas. En pocas palabras, transparentan el sentido común de quienes no saben qué es la violencia hacia las mujeres por ser mujeres, el sentido común del machismo mexicano. Un comentario dice: “Esta historia está dirigida, parece escrita por un guionista de telenovela barata; el profesor puede ser culpable, pero merece un juicio, no un prejuicio, es injusto que sólo “mariana” [Marcela] hable, ¿cómo sabemos que la pasante no es una mentirosa?, porque, la verdad, a mí me suena bastante falsa. Y por cierto, el trabajo periodístico es patético, al sólo presentar un lado de la historia.” U otro como este: “Ellos mantuvieron una relación… es decir, ambos estuvieron de acuerdo en ello (las condiciones hubieran sido las mismas si fuera otro estudiante o trabajador o lo que fuere… las relaciones personales son decisiones personales, tanto como decidir quedarte o no en una relación autodestructiva y/ de codependencia), por circunstancias esta relación se vio implicada con la parte académica…. lo cierto es que falta la versión de él.”
Estas perspectivas que ponen en duda el testimonio de la víctima están, implícita o explícitamente, justificando los actos violentos de quienes agreden a las mujeres. En nuestra sociedad el común denominador es culpar a las víctimas por la violencia que se ejerce contra ellas; se piensa comúnmente que algo tuvieron que haber hecho para incitar a los hombres –a quienes se les considera incapaces de controlar sus impulsos violentos- a que las agredan y así, se descalifican sus testimonios. Poner en duda la palabra de la víctima, en principio y sin el conocimiento pleno de lo que le ha ocurrido, equivale no sólo a dejarla desamparada sino, sobre todo, a volver a violentarla. Pensar que “algo tuvo que haber hecho ella para ser agredida” o que “se quedó en una relación violenta porque ella así lo quiso” es culpar a la víctima de la violencia que recibió y, así, implica violentarla nuevamente. Quien sostiene en principio la duda y/o culpa a la víctima, ejerce la misma violencia que su agresor: “Arturo Noyola jamás dejó de culparme de lo ocurrido, como lo escribe en un correo del 31 de enero de 2008: ‘Pues sigue con tus miedos. Pero todo, todo, lo ocasionaste tú. Todo. Todo. Incluido aquello a que le tienes miedo, todo lo creaste tú. ¿No recuerdas el Arturo que era tuyo? ¿El anterior a tus puterías interminables con Fidel? ¿El anterior a tus humillaciones al hombre quien te hizo más mujer que ningún otro?’” Este es el discurso patriarcal que justifica la violencia hacia las mujeres. Este es el discurso que, sin ser totalmente consientes de ello, permea el sentido común de muchísima gente en nuestra sociedad.
La segunda cuestión que quiero mencionar refiriéndome al sentido común que permean los comentarios citados arriba, es la cuestión de creer que lo personal nada tiene que ver con la justicia, con las instituciones, con lo tradicionalmente pensado como lo público, con lo político. En tanto que estamos inmersas en relaciones de poder, por más tenues o aparentemente imperceptibles que sean, implica que nuestras decisiones personales no han de ser meramente personales, sino también políticas. Desde los años 60 y 70, las feministas se han empeñado en señalar que las relaciones entre los géneros no son neutrales, sino que están inscritas en una ideología de dominación masculina que establece cuáles han de ser nuestros particulares roles sexuales, culturales y sociales. Una relación entre un hombre y una mujer sostenida dentro de los parámetros de la ideología patriarcal es siempre una relación jerárquica, una relación donde el hombre posee un dominio y poder por encima de la mujer, aunque sea en un grado poco perceptible. Aunada a esta relación de poder que existe de por sí entre hombres y mujeres inscritos en una ideología de dominación masculina, existen otras relaciones de poder delimitadas en las instituciones en las que nos desenvolvemos cotidianamente y que se superponen a esta última: la relación maestro-alumna, la relación jefe-empleada, la relación proveedor-ama de casa, etc.
La situación que vivió Marcela Lagos fue dada en circunstancias de evidentes relaciones de poder, donde el dominio que ejerció contra ella el Lic. Noyola se sostenía en múltiples niveles. Así que, al estar inscritos en una ideología que sustenta y favorece ciertas relaciones de poder, esto es, las machistas, y aunado el poder que la institución, la UNAM, depositaba en él como catedrático, de ningún modo podemos afirmar que las decisiones de ambos tuvieran el mismo peso o que fueran meramente personales, o sea producto de sus particulares psicologías. Sus decisiones fueron y son, simultáneamente, políticas.
La denuncia que hizo Marcela Lagos fue un acto de resistencia y rebeldía a este poder sexuado, este poder de signo masculino, este poder que ha colonizado el interior de las personas y las ha disciplinado a ejercer ciertos roles que discriminan y violentan a las mujeres. Con su denuncia, Lagos se ha rebelado de su condición de víctima y se ha erigido como una heroína, una mujer pionera en la búsqueda del reconocimiento y defensa de los derechos humanos de las mujeres dentro de las universidades. Se ha convertido en un ejemplo a seguir. Y, en su rebeldía, Lagos no está sola. Se encuentra acompañada por colectivos feministas y por personas –mujeres y hombres- que como ella se han dado cuenta de que lo personal es político.
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